lunes, 4 de mayo de 2015

El Imperio Olvidado



"Las personas suelen juzgar de acuerdo con sus prejuicios y no de acuerdo con los hechos reales."

La frase de arriba es de Ana Commeno (Άννα Κομνηνή) y la podemos encontrar en su obra cumbre, “La Alexiada”. Siendo esta obra la que hace que esta mujer sea considerada una de las primeras mujeres historiadoras de Europa. Pero como seguramente a muy poca gente le suena el nombre y su obra explicaremos quien es, Ana Commeno fue una princesa romana que vivió entre el 1083 y el 1153. ¿Princesa romana en el S. XI? ¿Pero el Imperio no cayó en el 476? Pues no del todo…

Ana Commeno

Una falsa caida


Durante el Bajo Imperio Romano el Imperio sufrió diversos golpes que le hicieron trastabillar. Desde guerras civiles a invasiones bárbaras, pasando por brotes de peste que mataron a gran parte de la población. Toda la prosperidad vivida en el Mediterráneo durante la “Pax Romana” fue desapareciendo gradualmente y aunque diversos emperadores lograron detener la caída durante un tiempo esto no fue eterno y en el año 476 el último de los emperadores era derrocado por un bárbaro llamado Odoacro, que no se preocupó por poner a otro emperador en el trono para gobernar a través de él como habían hecho otros sino que envió las insignias imperiales a Constantinopla.

Moneda Emitida por Odoacro, donde reconoce la soberania imperial 
Y aquí esta lo importante. Durante las crisis de las invasiones bárbaras, en el 395, el Imperio Romano se dividió, para su mejor defensa, en dos mitades; el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente. Sobre el papel el Imperio seguía estando unido, solo que gobernado por dos emperadores diferentes, pero a decir verdad esta separación no se resolvería nunca. Por tanto Odoacro, cuando destituyo al emperador occidental solo se deshizo de una figura decorativa y al enviar las insignias al emperador oriental, que vivía en Constantinopla, simplemente reconoció su soberanía.

Por tanto el Imperio Romano, aunque perdió su parte occidental bajo los diversos reinos bárbaros, jamás cayo del todo, como mínimo hasta mil años más tarde. Por tanto hablar de su “caída” es algo propio de los prejuicios de los que nos hablaba antes una de sus princesas seis siglos después de que el imperio, en teoría, dejará de existir. Y es que para la historia occidental el Imperio Romano de Oriente no ha sido nunca importante; y es por ello que podemos hablar de El Imperio Olvidado.

Desprecio y olvido


Y es que El Imperio Romano de Oriente ha sufrido, de manera injusta, cierto desprecio por parte de la historia. Incluso su propio nombre ha sido deformado y seguramente la gran mayoría lo conocerán como Imperio Bizantino, un nombre impuesto siglos más tarde para referirse a él, basándose en el nombre antiguo de su capital, Bizancio. Pero si hubiéramos preguntado a Ana Commeno, o a cualquier persona de su tiempo, ese nombre le hubiera soñado extraño. Ellos eran el Imperio Romano, y su capital, Constantinopla.

Y este imperio olvidado, que ni siquiera se da en las escuelas, fue la base de la llamada civilización occidental. Quizá no a nivel directo, pero si como escudo para permitir que el continente se desarrollará y adquiriera una cultura capaz de florecer al final de la Edad Media. Y es que mientras ciudades como París o Londres eran simples villas en Oriente una gran ciudad, de más de un millón de habitantes, controlaba un imperio que sirvió como cortafuegos de todos los problemas que llegaron del este, dándoles el tiempo suficiente para poder defenderse solas.

Reconstrucción de Constantinopla

Focalizado en el Mediterráneo oriental, en tiempos de esplendor el Imperio Romano de Oriente ocupo territorios en los Balcanes, Asia Menor, Siria y Egipto, llegando incluso a la actual Túnez (Cartago), la península de Crimea o Armenia. Aunque fue perdiendo territorios, sobretodo bajo el empuje de los árabes primero y de los turcos después, fue capaz de resistir durante toda la Edad Media los diversos golpes de los invasores, impidiéndoles el paso a Europa y permitiendo el crecimiento de su civilización. Pero pese a ello la historia no es justa con ellos. Y por eso me gustaría hacerles un pequeño homenaje sacando a relucir varias de sus hazañas.

Un pequeño homenaje


Todo occidental, mal que bien, conoce la historia de Carlos Martel y su victoria frente a los invasores árabes en Poitiers en el año 732, esta victoria ha sido marcada como el final de la expansión del Islam y la gran victoria europea. La realidad es más bien distinta, Martel simplemente derrotó a una pequeña avanzadilla árabe, un mero ejército de saqueo, y las causas del retroceso islámico hay que buscarlas en algo que ocurrió al otro lado del Mediterráneo en la misma época. Y es que en al año 718 el emperador León III detuvo, con la ayuda del fuego griego (una sustancia desconocida hoy en día que ardía en contacto con el agua) un gran sitio árabe de Constantinopla, derrotando a casi 200.000 árabes. Fue esta derrota, y una serie de ellas sufridas en Asia Menor, que regresó a manos imperiales, las que detuvieron el avance musulmán, y no una derrota menor en las lejanas fronteras (para el mundo árabe) de Francia.

Otro ejemplo, relacionado con nuestra protagonista, Ana Commeno, son las cruzadas, iniciadas en el año 1095. Entendidas como una gran demostración de la capacidad militar occidental, en realidad, estas campañas militares fueron simplemente el instrumento que uso el emperador Alejo I Commeno (padre de Ana, y sobre quien trata “La Alexiada”) para reconquistar el Asia Menor, territorio que el Imperio había perdido frente a los turcos unas décadas antes. Esto permitió alargar la vida del imperio otros quinientos años, y fue decisivo para la creación de los estados fuertes que surgirían en Europa durante esos años (Castilla, Aragón, Francia, Inglaterra, Sacro Imperio Romano…).

Pero todo llega a un final y los últimos trescientos años de existencia imperial fueron de continua decadencia. Curiosamente coincidió con el apogeo occidental y este imperio fue el que conocieron; de ahí que lo minusvaloraran. Pese a ello, incluso con sus problemas y la llegada de los occidentales (Venecia y Génova llegaron a poseer barrios enteros de Constantinopla) la dignididad imperial se mantuvo hasta el final. Cuando los turcos otomanos, dirigidos por Mehmet II, lanzaron el ataque definitivo contra la ciudad en 1453, la ciudad, prácticamente abandonada a su suerte por las naciones occidentales (solo Génova enviaría ayuda) resistió durante casi dos meses, dirigidos por el último emperador, Constantino XI, y Giovanni Giustiniani Longo, comandante de las tropas genovesas.

Constantino XI
El último gran gesto de valentía de este imperio olvidado fue el de su último emperador. El 29 de Mayo de 1453, mientras las tropas otomanas lograban entrar en la ciudad de Constantinopla por la Puerta de San Romano Constantino XI se despojó de sus insignias imperiales y, espada en mano, combatió contra los turcos hasta su muerte. Fue el último, sí, pero fue un digno sucesor de una línea de emperadores que se remontaba hasta Augusto, mil quinientos años antes. Quizá los occidentales los despreciaron, pero no se puede negar que el Imperio Romano de Oriente mantuvo su dignidad hasta el final.

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